Tecnología, previsibilidad y la dificultad de pedir ayuda psicológica
En los últimos años se ha hecho cada vez más visible un fenómeno que, lejos de ser anecdótico, dice mucho de nuestra forma de relacionarnos: muchas personas expresan sentirse más cómodas hablando con sistemas automáticos que con otros seres humanos. A veces se trata de asistentes virtuales, otras de herramientas de inteligencia artificial capaces de mantener conversaciones fluidas y aparentemente comprensivas. Lo sorprendente no es que estas tecnologías existan, sino el lugar emocional que empiezan a ocupar en la vida de la gente.
En nuestra consulta de psicología online en Barcelona vemos cada vez más cómo esta confianza tecnológica convive con el deseo de ser escuchado por alguien real.

¿Por qué ocurre? ¿Qué mueve a alguien a confiar más en una máquina que en una persona de carne y hueso? ¿Qué implica esto en el momento de pedir ayuda psicológica? Y, sobre todo, ¿qué nos dice sobre nuestra relación con el otro, con la vulnerabilidad y con el propio deseo?
Para muchas personas, el momento de pedir ayuda psicológica online se vive como un salto desde la comodidad de lo tecnológico hacia un encuentro humano que da más vértigo, pero también abre más posibilidades de cambio.
Este artículo profundiza en estas preguntas desde una perspectiva psicológica y psicoanalítica, con el objetivo de abrir reflexión y, al mismo tiempo, acompañar a quienes están valorando iniciar un proceso terapéutico y no saben muy bien cómo dar el paso.
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La ilusión de la neutralidad: una confianza sin riesgo
Cuando alguien dice sentirse más tranquilo hablando con una máquina, suele mencionar una razón que aparece una y otra vez: “la máquina no me juzga”. La ausencia de juicio se vive como una liberación. No hay gestos, miradas, silencios incómodos. No hay expectativas ni decepciones. La máquina ofrece una neutralidad que, a primera vista, parece perfecta.
Sin embargo, se trata de una neutralidad ilusoria. Los sistemas automáticos están entrenados a partir de datos producidos por seres humanos, con sus sesgos, sus lenguajes, sus modos de entender el mundo. Pero la apariencia de imparcialidad funciona como un bálsamo emocional. Y es precisamente esa sensación de estar con un otro que no interpreta ni evalúa lo que abre la puerta a una confianza que, en apariencia, no implica ningún riesgo.
Desde un punto de vista psíquico, esto resulta tranquilizador. Frente a la incertidumbre del otro humano, lleno de su propia historia, la máquina parece un espacio limpio, inofensivo, siempre disponible. Pero lo que nos protege también nos empobrece: si nada del vínculo puede afectarnos, tampoco puede transformarnos.
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Control y previsibilidad: cuando lo seguro desplaza a lo vivo
Muchos usuarios de sistemas automáticos destacan su previsibilidad. La máquina responde cuando se le pide, de forma inmediata, ordenada y sin cambios de humor. No hay malentendidos, ni silencios cargados, ni contradicciones. Todo parece bajo control.
Este control es profundamente seductor, porque reduce al mínimo la angustia relacional. En el contacto humano, en cambio, siempre hay un margen de incertidumbre: el otro puede sorprender, herir, frustrar, confrontar o emocionarse. Ese carácter imprevisible del vínculo forma parte de la vida psíquica, pero en un momento histórico marcado por la saturación emocional y la sobreexposición, puede vivirse como una amenaza. Sobre estas tensiones entre seguridad y sufrimiento profundizamos también en el artículo ¿Puede una IA comprender el sufrimiento humano?, donde exploramos los límites de la comprensión tecnológica frente a la experiencia subjetiva.
La relación con máquinas ofrece la fantasía de que nada escapa a nuestro control. Sin embargo, cuando el vínculo se vuelve completamente previsible, también se vuelve estéril. Lo que transforma no es la comodidad, sino la experiencia de encontrarse con un otro que no se ajusta del todo a lo que esperábamos. Ahí es donde aparece la posibilidad de crecimiento, de cuestionamiento y de elaboración.
En un proceso terapéutico, la relación con el terapeuta no es previsible ni está hecha para serlo. Es un espacio seguro, sí, pero vivo. Y esa vivacidad, con sus matices y resonancias, es la que permite que algo del sujeto se ponga en juego.
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Evitar al otro para evitarse a uno mismo
Las máquinas, por muy sofisticadas que sean, carecen de deseo, de historia y de afecto. Por eso son tan cómodas. No provocan conflicto, no despiertan celos, no generan ambigüedad, no confrontan con la propia vulnerabilidad.
Hablar con una IA permite evitar la experiencia emocional del encuentro, que siempre implica un riesgo. Y en ese sentido, para algunas personas, la preferencia tecnológica tiene una función defensiva: protege del dolor de ser visto de verdad.
En psicoterapia, en cambio, ser visto es central. No en el sentido de ser evaluado o juzgado, sino en el sentido de ser reconocido en la singularidad de la propia experiencia. Esa es la diferencia entre “sentirse escuchado” y “poder hablar sin ser mirado”: en la primera hay un lazo, en la segunda no.
Cuando alguien confía más en una máquina que en un humano para hablar de lo que le pasa, puede que esté evitando la parte más viva (y a veces más difícil) del encuentro. Pero también puede ser un indicador de que hay algo que aún no puede decir en presencia de un otro. Y esa dificultad es, en sí misma, un punto de trabajo clínico valioso.

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¿Qué ocurre cuando esta confianza tecnológica llega a la consulta?
Cada vez más pacientes llegan a terapia mencionando que han hablado antes con sistemas automáticos. Algunos lo hacen para “probar” cómo se sienten al hablar de algo. Otros lo usan como un espacio previo donde descargar la angustia. Otros, incluso, confían más en la tecnología que en su entorno más cercano. Para muchas de estas personas, saber que pueden contar con psicólogos online para adultos en Barcelona ayuda a trasladar esa primera experiencia de hablar con una máquina a un vínculo humano que pueda sostener lo que aparece.
Desde una perspectiva clínica, esto no es un problema en sí mismo. Puede ser una vía de acceso al lenguaje, un primer ensayo antes de compartir algo más íntimo con un terapeuta. Lo importante es qué función psíquica cumple esa relación con la máquina.
Las preguntas que, como terapeutas, podemos hacernos —y que pueden resonar también en quienes están pensando en pedir ayuda— son:
- ¿La máquina permite decir algo que aún no me atrevo a compartir con nadie?
- ¿Me da una sensación de control que necesito para no desbordarme?
- ¿Es un lugar donde ensayo palabras, emociones o pensamientos antes de llevarlos al encuentro con un otro real?
- ¿Estoy evitando el vínculo porque temo decepcionar o ser decepcionado?
La confianza en la tecnología no invalida la necesidad de un proceso terapéutico. Muy al contrario, puede señalar un camino: aquello que uno puede decir a solas, sin mirada, sin cuerpo y sin riesgo, es justamente lo que merece ser trabajado en un espacio que sostenga la complejidad emocional que una máquina no puede ofrecer.

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Lo que una máquina no puede ofrecer: vínculo, transferencia y transformación
La inteligencia artificial puede generar palabras, textos y simulaciones de comprensión. Pero no puede afectarse por lo que el usuario dice. No puede resonar, emocionarse ni implicarse desde un deseo propio. En terapia —sobre todo en un marco psicoanalítico— lo que transforma no es la información ni el consejo, sino la relación. Esta diferencia la pensamos con más detalle en La máquina nos habla: ¿qué escucha cuando la escuchamos?, donde abordamos cómo cambia nuestra posición subjetiva según el interlocutor sea humano o tecnológico.
La transferencia —eso que ocurre cuando el paciente pone en juego en la relación con el terapeuta deseos, miedos y modelos afectivos que vienen de otras historias— no puede existir con una máquina. Y sin transferencia, el cambio profundo es muy difícil.
Esto no significa que la tecnología no pueda acompañar, orientar o servir de apoyo puntual. Pero el trabajo terapéutico es otra cosa: es un encuentro humano donde la palabra se vuelve experiencia. Donde el tiempo, el cuerpo, la escucha y la presencia cuentan. Donde lo que aparece no se borra con un clic, sino que se elabora.
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Pedir ayuda en tiempos de máquinas: un desafío y una oportunidad
Si hoy muchas personas sienten más seguridad hablando con sistemas automáticos, no es porque no necesiten un otro humano, sino porque necesitan un espacio donde la vulnerabilidad no se viva como amenaza.
El desafío está en reconocer que esa sensación de seguridad tecnológica puede ser una puerta de entrada al deseo de ser acompañado de verdad. Cuando alguien se permite hablar, aunque sea con una máquina, ya está poniendo palabras donde antes había silencio. Y ese movimiento merece ser acogido, no confrontado.
Un espacio para pensar, elaborar y sentirse acompañado
Hay momentos en los que la palabra necesita un lugar. Un espacio donde poder desplegarse sin prisa, sin la obligación de dar respuestas inmediatas, sin la presión de tener que saberlo todo. Un lugar donde la experiencia pueda ser dicha sin temor a ser juzgada ni reducida a una explicación rápida. En un mundo atravesado por algoritmos, preguntarse qué lugar queda para el inconsciente en tiempos de algoritmos también implica preguntarse qué lugar queremos darle a nuestros propios deseos y malestares.
En ocasiones, basta con que exista un lugar así para que algo empiece a moverse por dentro: un pequeño desplazamiento, una comprensión inesperada, un modo nuevo de nombrar lo que hasta entonces permanecía silencioso.
Porque, aunque las máquinas ofrecen la tranquilidad de no poner nada en juego, la verdadera transformación suele surgir del encuentro con alguien que escucha, que se deja afectar y que permite que la palabra encuentre un eco. Un espacio donde, poco a poco, se hace posible estar.